martes, 18 de septiembre de 2012

Cuando llegué a Tumaco por primera vez, hace como diez mil años, lo primero que me llamó la atención fueron los olores. Una sensación entre fastidio, mal olor, y algo raro que gustaba. Con los años, y ante los fuertes olores en los bajamares y cuando pescaba en mi barco, le fuí tomando gusto a aquello, y hoy eso es parte del gustico que se llama Tumaco. Pasar a eso de las cinco de la tarde por el puento del Pindo es una sensación que aunque extraña es agradable. Hay un dulzón almizcloso, pero a la vez almibarado y coqueto, en esos olores que se te meten a la fuerza por el ollar. Cuando estoy por fuera tiempos largos, lo que mas recuerdo de Tumaco es su olor.

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