Me ocupo de lo que parece una nimiedad: La acústica y el clima de trabajo en un salón de clases.
Por esas cosas de la vida diaria, ayer estuve recogiendo calificaciones de un hijo en el Max Seidel. Hay que ver como se desgañitaba la profesora directora del curso tratando de hacerse oír en un salón que no tenía más de cincuenta metros cuadrados. La causa: La acústica perversa que se origina por los calados que cierran el salón para seguridad y que permiten la ventilación. Me imaginaba la labor diaria en un salón de clase de estos. Debe ser realmente complicada.
Nada de esto puede cambiarse fácilmente, pero si puede indicarle a los seudoarquitectos que hacen estos diseños que hay que encontrar soluciones que tengan en cuenta todos lo factores de la vida diaria en una labor tan complicada como la pedagógica. Dictar clase no es desgañitarse ni tener que usar amplificador.
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